Hay veces que el desorden genera acciones que bien interpretadas puede llegar a ser vitales en la historia del ser humano.
Es el caso de lo que sucedió el 28 de septiembre de 1928 en un sótano del hospital de St. Mary en Londres. Allí investigaban una serie de doctores, y en concreto uno, llamado Alexander Flemming, que no eran precisamente ordenados y que solían comer sandwiches en el mismo laboratorio.
Ese día, el Sr. Flemming regresó después de 1 mes de vacaciones y nadie había tocado su laboratorio, así que los restos de comida y migas de pan deberían seguir allí. Por suerte, algunas de esas migas cayeron sobre las muestras donde estaba investigando sobre los bacilos que provocaban diferentes enfermedades, y se produjo lo que se suele producir: el pan se puso verde.
Cuando Flemming vio la muestras, se dio cuenta que algo extraordinario había pasado y que había que investigarlo: los bacilos habían muerto. Allí no había tocado nadie, salvo el moho del pan, así que ahí debía estar la respuesta.
Flemming ya suponía que los hongos y las bacterias no se llevan muy bien, pero no había dado con ninguna razón, pero ahora tenía un claro ejemplo de hacia donde buscar y era, especialmente, en el moho del pan. Tenía delante suya la respuesta y sólo había que dar con ella.
Y afortunadamente, la encontró: acababa de descubrir la Penicilina. La penicilina ha cambiado la historia de la medicina, salvaría millones de vidas durante el siglo XX y es uno de los grandes motivos de orgullo de la investigación del ser humano. Y todo gracias a que era un desastre en el orden y la limpieza y a que era lo suficientemente inteligente como para interpretar qué había pasado con sus muestras, claro.
Como curiosidad, añadir que la penicilina, aunque no se sabía lo que era, se usaba desde hace mucho tiempo en muchos sitios. En la provincia de Almería, era tradición durante el siglo XIX que una mujer, cuando se quedaba embarazada envolvía un pan en un paño húmedo y lo escondía en un lugar húmedo y oscuro hasta que naciera el niño. Y justo después del parto se lo debía comer. Debía ser asqueroso, cierto, pero curiosamente se salvaban más mujeres que lo hacía que las que no lo hacían. Era considerado como una superstición, pero no, ya sabemos que había algo de científico.